La Pops Symphony Orchestra llena de buen rollo el Palacio de la Música
Las 7.55 de la tarde, el bullicio llena la Sala Iturbi del Palau de la Música de Valencia. Señores vestidos de chaqueta buscan su asiento, las señoras acomodan sus bolsos y sacan sus abanicos, los acomodadores luchan por hacer un hueco entre la maraña de personas que llenan los pasillos. Se escuchan risas y comentarios alegres mientras los últimos rezagados ocupan sus asientos.
El reloj marca las 8 y los músicos toman el escenario. Una treintena de mujeres y hombres, todos de riguroso negro pero con elementos de color: turbantes, corbatas, cinturones Un toque divertido que rompe con la tradicional sobriedad de los músicos de orquesta sinfónica. Se hace el silencio. En una fracción de segundo, una de las puertas laterales se abre de golpe y el bombo marca el primer acorde de "Mi Gran Noche", que sirve de entrada épica para el director, Óscar Navarro, que toma su posición en el escenario mientras el resto de los músicos lo acompañan al son del gran Raphael.
Una entrada poco ortodoxa que parece sorprender a los presentes, pero que pronto se convertirá en la tónica general del espectáculo. Si habían visto a una sinfónica antes, están a punto de llevarse una grata sorpresa.
Navarro coge el micro y baja del estrado tras la primera canción y se dirige al público directamente para explicar, a todo aquel que no se hubiera dado ya cuenta, que este no es un concierto clásico tradicional. Tras un elogio a la tierra valenciana (la más bonita del mundo, según Navarro, nacido en Alicante), el director advierte a su público: "esta noche, terminarán bailando, cantando y hasta gritando", con la certeza y la confianza de alguien que lleva haciendo esto mucho tiempo.
Empieza a sonar "It's not unsual", de Tom Jones y todos los presentes en el escenario aplauden al unísono. Navarro sonríe y baila un poco, derrochando alegría e informalidad. Algunos aplausos tímidos se alzan desde las butacas laterales y los músicos sonríen.
La orquesta continúa con "You are sixteen", de Johnny Brunette; un medley de El Dúo Dinámico; y "Eva María se fue", y "Cuéntame" de Fórmula V. Entre canción y canción, Navarro se dirige al público para compartir pequeñas dosis de información curiosa de los distintos compositores y cantantes. A pesar de que promete "no hablar demasiado", nadie en la sala parece tener ningún inconveniente con su participación.
La tensión y el entusiasmo han ido creciendo y ya hay quienes se remueven en su asiento, aguantando las ganas de levantarse a bailar o cantar a toda voz. Navarro, que ha sabido mantener la emoción de manera estelar, lo advierte. Agarra el micrófono para anunciar la última canción de la primera parte, "Twist & Shout" de los Beatles. El director recuerda de manera nostálgica verlos en la televisión cuando era pequeño, y observar sorprendido a todos esos jóvenes alocados gritando a todo pulmón en lo que llegaría a considerarse el primer fenómeno fan de la historia. Navarro explica que los músicos de concierto casi nunca pueden experimentar esa sensación y pide al público presente que les ayude un poco: "gritad, chillad, cantad, bailad y volveos locos".
Poco más hace falta para que el público se venga arriba cuando suenan los primeros acordes del clásico del cuarteto londinense. Las gradas laterales (que hasta ahora han llevado la batuta del público) se levantan y bailan entre ellos. El público grita, y chilla, y canta, y se vuelve loco.
El intermedio llega a la Sala Iturbi en pleno apogeo de emociones. La gente comenta y ríe, algunos se levantan a estirar las piernas, otros se sientan para descansarlas después de tanto bailar.
La segunda parte llega de la mano de "La chica yeye", de Concha Velasco; seguida de "Let's twist again" de Chubby Checker. Algunas parejas se levantan y bailan el twist cogidos de las manos, como hubieran hecho muchas veces antes. El espectáculo sigue de la mano de Karina, Los Diablos y "Black is black" de Los Bravos.
Basta con mirar la cara de cualquiera de los presentes para saber que eso más que un concierto de sinfónica es una fiesta en toda regla. Incluso los músicos bailan y mueven sus instrumentos en pequeñas coreografías muy bien planeadas entre ellos.
Una vez más, Navarro sabe exactamente qué darle a un público muy agradecido, y la orquesta arranca con un medley de la inigualable Raffaella Carrà. Si hay algo que no falla nunca, sea cual sea la ocasión, es una buena canción de Carrà. Vaya donde vaya, triunfa.
Para acabar, la orquesta se pone un poco seria y se viste de épica para tocar una mezcla de los mejores éxitos de Nino Bravo. El emotivo comienzo del piano al tocar "Al partir" le llena de lágrimas los ojos a más de uno (incluida una servidora) y la épica transición a "Libre" hace que las voces de todos los presentes se alcen a cantar al unísono como si las palabras de Nino Bravo resonaran en sus pulmones como himno. Por un instante, todos los presentes son música.
El aplauso ensordecedor del público consigue devolver a los músicos a sus posiciones para tres bises: "Lalala" de Masiel, "I will survive" de Gloria Gaynor, y "Twist & Shout" de nuevo. El espectáculo acaba con toda la audiencia de pie, bailando como nunca. Si buscaban un motivo para sonreír, definitivamente, lo encontraron.