Consideraciones sobre una gran ciudad: Viena
Se dice que Viena es la ciudad con mejor calidad de vida de Europa. La calidad de vida se mide dependiendo de diferentes baremos, pero en general se refiere al bienestar de sus habitantes. Bienestar que tiene que ver con los servicios públicos, la seguridad ciudadana o el disfrute de un entorno saludable. Muchas son las ciudades que se disputan ese honor y Viena es una de ellas. El visitante, el turista, puede percibir que existe menos desigualdad social, más limpieza en las calles, más cultura cívica. Por otra parte, también encontrará esos lugares comunes que le darán la impresión de no haberse movido de su casa. Me refiero a las calles comerciales. Las calles céntricas, amplias, peatonales, como la Kärntner Strase, con su Burguer King, su Zara Home, Perfumerías Douglas o Mango.
Viena, se podría considerar la capital imperial de Europa. Aún conserva ese lujo decadente de los últimos emperadores, como sucede en San Petersburgo. Restos de un ayer, no sólo en cuanto al lujo, también en cuanto a una herencia de refinada cultura. Otra dimensión, donde el gusto por la música y el arte estaban protegidos por una cúpula social, que ponía distancia con el resto del mundo. Una sociedad de clase alta en lo referente a los valores. Todo esto terminó tras la Segunda Guerra Mundial. La guerra barrió como un tsunami los elementos fundamentales de su forma de vida: la minoría judía, el capital, la industria, la cultura y el arte, lo que antes eran sus señas de identidad. Todo ello se vio arrastrado por el odio de una guerra y condenado al recuerdo. Ahora, dentro de su magnificencia, sólo queda la sombra del esplendor que tuvo, como el rescoldo de una gran fogata que se resiste a desaparecer.
Viena tiene, como no, un centro histórico, pero no encontraremos allí iglesias románicas, ni murallas, ni otros monumentos o vestigios que no sean los del imperio austrohúngaro. De ese esplendoroso pasado, Viena conserva sus espaciosas plazas, los fastuosos palacios neobarrocos, como el de Schönbrunn, edificios oficiales y museos de estilo clásico y neorenacentista. Una arquitectura grandiosa y comedida al mismo tiempo, de líneas firmes y ordenadas, igual que el carácter de sus gentes. El pan de oro de sus esculturas, las puntas de lanza de sus rejas o el remate de las cúpulas son todo ostentación; su patrimonio más seductor, lo mismo que los vestidos típicos que lucen las camareras y que verás expuestos en los escaparates de las tiendas, como aquí vemos los de valenciana. También están los lugares de obligada visita para el turista: la Catedral, con su colorida cubierta, el Prater, al otro lado del canal, escenario de los asedios turcos de otras épocas, los cafés y las pastelerías con la famosa tarta Sacher, sus restaurantes proletarios, con bancos corridos y sus tranvías pintados de rojo o amarillo. Todo lo que te ofrecen las ciudades en apretada sinopsis, para visitar y consumir.
Pero Viena tiene dos personajes principales que son mucho más que todo eso: la Música y el Danubio. En estos dos personajes se puede compendiar lo que es la ciudad de Viena. El Danubio que recorre mansamente la ciudad, abrazándola entre su ancho cauce y el canal, y la eterna música de Strauss. Siempre que pienso en Viena, pienso en el Danubio azul de Johann Strauss y a continuación, en 2.001 Una Odisea del Espacio. Pura asociación de ideas.