Valencia capital mundial del Kitsch
A pocos días de la catarsis de una consumada y consumida Nit de la Cremà que como bien debe conocer la práctica totalidad de nuestros lectores se enmarca en una festividad que trasciende fronteras y seguramente océanos muy especialmente a raíz del pronunciamiento de la UNESCO al declarar Patrimonio Inmaterial de la Humanidad a la misma, sopeso lo oportuno de mi selección temática hasta inclinarme favorablemente. Hablo por supuesto de ¡ las Fallas ¡
Todo un punto de inflexión del calendario valenciano y ante el cual no puedo quedar ajeno.
Pese a mi cara de extranjero y contra todo pronóstico soy de esos españoles que han nacido en una revestida cuna de espolines y ricos brocados para crecer entre atronadora pirotecnia, pero no es menos cierto que nunca he sido fallero.
¿ Lo sería después de examinar minuciosamente el carácter kitsch de esta manifestación artístico-cultural a sabiendas de mi talante “ esnob de ensoñación dandy para el cual la belleza es una religión y el buen gusto una cuestión de moralidad” ¿ Permítame querido lector confesarle mis serias dudas.
Las Fallas de Valencia son eminentemente Kitsch en lo artístico y populosas en lo social, una ecuación perfectamente hilvanada y cimentada.
Porque desde el respeto a la tradición los monumentos falleros deben ser Kitsch o “ barrocos “ como dirían los propios falleros en un alarde de ombliguismo, y muy lejos de esos desafortunados experimentos de un vacuo minimalismo en sus versiones más extremas que temo hayan sido teledirigidos desde instancias consistoriales y que han conseguido escandalizarnos a tantos durante el transcurso de los últimos años.
Lo que sí me llama poderosamente la atención dada esa predisposición experimental que va emergiendo, es que todavía nadie haya reivindicado seriamente la figura del Fallero Mayor de Valencia. Lo que desde luego supondría una causa más vital que por ejemplo las memeces del revisionismo lingüístico que vehementemente defienden unas feministas fanatizadas.
Las Fallas son Kitsch por escatológicas, estridentes, pintorescas, magnánimas… lo que deviene inexorablemente en lo “ popular “ elemento intrínseco a este estilo.
Tan populares son las Fallas que hasta las grandes fortunas locales ( algunas además a su vez del resto del territorio nacional ) comen y beben en plástico los días grandes desde sus respectivos casales como si de los invitados a un cumpleaños de un niño de primaria se tratase. Estas escenas las he podido presenciar en las mejores comisiones, no quiero ni imaginar “ la fastuosidad” que se debe encontrar más allá.
La mascletá es uno de mis espectáculos predilectos, siempre y cuando la pueda contemplar desde un balcón, me resultan inconcebibles esas declaraciones amables de algunos de mis paisanos sobre “la experiencia callejera de la mascletá”, pues la calle supone para mí una ubicación que siempre trato de evitar animado por la bajeza de muchos de los que allí se congregan y por la integridad de una colección de zapatos que afano conservar con esplendor.
Mismo parecer tendría para los fuegos artificiales donde su atractivo se ve reforzado por la sensualidad de la nocturnidad.
La ofrenda floral parece ejercer fuerzas de contrapeso desafiando al omnipresente Kitsch, una vez más la Iglesia como vía de salvación desde su boato purificador.
Es la Ofrenda el instante del doradet que queda regio, ese momento donde la riqueza indumentaria lo justifica todo, pues el vestuario de valenciana por vistoso que sea no es precisamente favorecedor a no ser que seas una Susana Remohí.
Particularmente si me tuviese que ataviar, claramente, me decantaría por el torrentí frente al saragüell, no tengo complejo de insecto que venere la huerta.