Un profesor valenciano Cayetano Ripoll, último condenado a muerte por herejía por la Inquisición Española
Aunque nacido en Solsona (Lérida), Cayetano Ripoll había pasado toda su vida en Valencia, se sentía uno más de la ciudad. Había conseguido cierta notoriedad como profesor en nuestra ciudad y su asesinato, ya en 1826, causó un gran impacto en una sociedad más moderna que la de tardo-medieval y sobre todo causó una gran polémica en toda Europa.
En realidad se conoce como la última víctima de la Inquisición Española, pero durante esos años ésta ya no existía pero sí estaba su heredera en nuestra ciudad la Junta de Fe que aunque algo más moderada actuaba como un tribunal de la fe, un tribunal eclesiástico católico creado por algunos obispos durante la segunda restauración absolutista en España con la finalidad de sustituir a la Inquisición española.
¿De qué se le acusaba a Ripoll?
Este maestro, que actualmente tiene una plaza con su nombre al final de la Avenida de Blasco Ibáñez, era profesor de una escuela en Ruzafa. A principios de los años 20 del siglo XVIII fue acusado por “analfabetos en su mayoría, [que] no entendían por qué no seguía los rituales tradicionales del catolicismo…”, según testimonios recogidos por algunos de sus coetáneos y tal y como recogían ciertos informes del arzobispado.
En octubre de 1824, Ripoll fue detenido pasando dos años en la cárcel. Sin embargo Ripoll se mantuvo en sus trece. Según el informe del presidente de la Junta de Fe de la diócesis de Valencia, Miguel Toranzo y antiguo inquisidor, Ripoll no quiso “rectificar en su alma las verdaderas ideas de nuestra santa religión, para restituirla a la creencia católica".
O lo que es lo mismo, éste no creía ni la Trinidad, ni en la Encarnación, ni en Jesucristo, ni en la Virginidad de María Santísima, ni en los Santos Evangelios… lo que viene siendo un ateo convencido. Algunos incluso decían que impedía que los niños dijesen 'Ave María Purísima' y que hiciesen la señal de la cruz. Defendía que era inútil oír misa para salvarse incluso.
Las continuas quejas llegaron a oídos de dicho Tribunal de la Fe y la Audiencia de Valencia, pese a no contar con la autorización del rey, le condenó a muerte un 31 de julio de 1826. Su muerte fue en la horca, su cadáver metido en una cuba y ésta lanzada al río. Otros dicen que fue quemado en el crematorio de la Inquisición al lado del Puente de San José.