Sor Lola se va de compras
Así de entrada puede quedar muy rancia mi presentación en sociedad, pero las cosas son como son y una no puede evitar ciertas vicisitudes, aunque no creáis que voy a abrir el pico así sin más. Si hay alguna mujera sensata tendrá que ir corriendo a por el Tena Lady, porque lo que no voy a tragar son los efluvios que provocan esas malditas gotitas que salen de la Fuente de Venus a cambio de leer sobre mi vida y haciendas así por el morro. O por el chorro, da igual.
Sí, lo sé, soy lista. Pero además soy lunática, inconformista, arcaica, espesa casi siempre y ancha de caderas. Además…. soy monja. Es lo que hay.
Mi vocación fue un poco tardía y por eso no ingresé en el convento hasta bien cumplidos los setenta y tantos. No sabéis qué tortura lo de conseguir ser admitida entre las Postulantas, aunque ahora ya he profesado los Votos Perpetuos y cuando caiga muerta una tarde de agosto cuando más fuerte sople el poniente, yaceré en mi divina caja de madera de cedro, pintada con esmalte de uñas rosa y mucha pedrería, como siempre fui, una reinona, o una hija de puta que viene a ser lo mismo, pero en lengua vulgar. Sí, añoro el latín. Soy de la antigua escuela o de la estricta observancia.
¿Que cómo terminé en un convento? Pues muy fácil -anodina lectora que me lees- fue tan sencillo como adquirir un poco de aburrimiento y punto. Mis mañanas eran grises y sosas trabajando en un banco lleno de vejestorios con una barriga más grande que mi mala conciencia. Todos los días, al llegar a casa y después de informarme de lo que ocurría por los mundos de Dios (viendo Telepe 5, claro) descubrí que el ostracismo era la voz de la divinidad que quería hacerme suya y yo, después de meditar mucho (porque soy moderna y practico Mindfulness) me abrí en canal a la voz que me pedía que fuera solidaria y una tarde, después de mi sesión televisiva, me puse los tacones, me pinté como una loca, cogí mi bolso de Loewe (regalo de una amiga militante en el PaP) y salí toda empeñada a encontrar un conventito donde poder ejercer de virgen vestal a tiempo parcial, es decir que sólo soy una real y santa monjaza por las tardes. Además, desde que descubrí que en el convento no se paga IVA, ni IVO, ni IVI, tomé conciencia de que era otra señal del cielo.
Y aquí estoy, rodeada de momias vestidas de negro, aunque evidentemente, para no parecer un cuervo más de la manada, yo me traje el hábito de casa, monísimo, que le da color – rosa combinado con un morado ligero- a las eternas celebraciones que más se parecen a una sentada de plañideras que a “esposas del cordero degollado”, porque una, por cierto, y hablando de animalitos, es vegana y eso del degüelle no me cae nada bien.
Una loca de éstas un día se atrevió a preguntarme el porqué de mi ser vegana. Creo que soy una iluminada en toda regla, porque la cara que puso al escuchar mi respuesta no se puede explicar con palabras. Total, le dije que, si a ella le gustaba comer cadáveres, yo prefería el “arròs amb fessols i nap”, plato con el que me inicié en los placeres de la comida vegetal sin tener que recurrir al asesinato de bichos. Reconozco que quizás me pasé de burra y debería haber elegido otra delicia gastronómica que no contuviera nabo en su elaboración. Sigo perpleja por la cara de horror de la monja-jamón esta, pero quiero pensar que tiene una sensibilidad elevada o elevadísima, fruto de aspirar toneladas de incienso y beber vino como remedio a sus supuestos dolores de cadera, otra cosa que me provocó un orgasmo intelectual, porque argumentar que con vino se cura la cojera me parece de insensatas. O de listas y la tonta soy yo.
Y aquí sigo, navegando entre nubes de mirra, copas de vino, panes ácimos y cánticos celestiales que me tienen más que harta. Pero yo de aquí no me marcho ni ciega de LSD, que una está muy enterada de todo lo relacionado con el Derecho Canónico y los honorarios adquiridos por ser pía, casta…ña, virgo potens y tener los “huesos de santo”.
Bueno, amigas, os tengo que dejar, todavía me queda mucho que hacer: ducha con camisón, retirarme las pestañas de la china del vecindario, planchar el hábito para mañana, y muchas cosas más que son secreto confesional. Ah, y pasar por la sede de Partido para pagar la cuota mensual porque además una es militante. Empiezo a creer que esto de ser monja no es demasiado mercantil y por eso empecé a comprender a mis hermanas milicianas que decían que “la iglesia que más ilumina es la que arde”. Aunque tampoco creí que fueran tan burras como para meterle fuego a imágenes o retablos tan monos como aquellos del barroco flamígero, o rococó, pero qué le vamos a hacer, así son las cosas. Por cierto, podéis empezar a hacerme aportaciones para comprarme unos Laboutin a ver si me animo un poco porque últimamente ando un poco alicaída, aunque también tengo que reconocer que me encanta la cazalla y como agua, me la trago a litros y las penas desaparecen un rato. Ya no sé si soy multipolifacética o sencillamente una vil mujer que esconde sus miserias entre los muros del convento y las calles vacías de la mañana camino del banco. Me voy a dormir, mañana os cuento. Un besazo amores. No sé si esta semana iré de restaurantes, pero bueno, os voy informando por si alguna se apunta. Y paga, claro, que una será muy monja pero no infanta de Hispania.
Sor Lola de la Sagrada Concepción del Santísimo Niño Jesús de Prada y de la Preciosísima Sangre del Santo Prepucio. Aunque para vosotras todas, amigas, hermanas mías, sencillamente: SOR LOLA.