Identidad y singularidad valencianas
Los valencianos celebramos el 9 de octubre, festividad de Sant Donís, la entrada en Valencia del rey Don Jaime tras la capitulación y entrega de la ciudad a la Corona de Aragón por el último rey musulmán de Valencia, Zayyan. En los tiempos actuales le hemos venido en llamar a esta conmemoración el Día de la Comunitat Valenciana. Ni que decir tiene que Jaime I fue el mejor jefe de Estado que hemos tenido los valencianos en toda nuestra historia. Al menos, el rey cristiano medieval era el más civilizado, humanista y justo de su, un tanto cruel, época. Tuvimos mucha suerte que en los pactos entre Castilla y Aragón le correspondiera a esta última el derecho de conquista de Valencia. Jaime I nos otorgó leyes propias, una constitución, els Furs, distinta a la de catalanes y aragoneses y sentó las bases territoriales y jurídicas necesarias para que tan sólo unas décadas después de la conquista ya existiera en el Reino de Valencia entre sus habitantes musulmanes, judíos, y colonos catalanes y aragones mayoritariamente - una conciencia colectiva de identidad propia por pertenecer a la Corona de Aragón como reino confederado independiente. Nació, por tanto, en ese convulso siglo XIII el concepto y el sentimiento colectivo de valencianidad. Nació, lo que hoy llamaríamos, nuestra "identidad valenciana": pertenecíamos a la Corona de Aragón pero no eramos ni aragoneses ni catalanes, eramos valencianos.
Con todo, la historia de Valencia, como es sabido, no nació ese 9 de octubre de 1238. Valencia fue fundada como colonia romana en el año 138 a.C., y la llamaron Valentia Edetanorum, en tiempos del cónsul romano Décimo Junio Bruto Galaico. A mediados de los 500 d.C, los visigodos, que eran germanos, de la secta arriana y que entraron en la península como mercenarios de los romanos a poner orden entre los diferentes pueblos bárbaros, también estuvieron señoreando por Valencia unos doscientos años, aunque más con el carácter de clase gobernante feudal y recaudadora de tributos que como hispanos. Posteriormente, la población hispanorromana que habitaba Valencia y su área territorial de influencia pasó a depender, a mediados de los 700, del emirato andalusí de Córdoba, luego califato y tras su caída, en los primeros años del 1000, se constituyó el reino o taifa de Balansiya. Y así siguieron los andalusíes en la taifa o reino musulmán de Valencia hasta su conquista por el rey Jaime I de Aragón en 1238. Afortunadamente y gracias a la habilidad diplomática, prudencia, respeto mutuo, humanidad y sabiduría de aquellos monarcas, Jaime de Aragón y Zayyan, Valencia se rindió sin derramamiento de sangre.
No obstante nuestros más de dos mil años de historia, los valencianos actuales no celebramos nuestra fundación romana, ni tampoco la gobernación visigoda, ni mucho menos nuestra pertenencia a Al-Ándalus, pues a duras penas recordamos algo de nuestros quinientos años andalusíes pese a la enorme herencia cultural, socioeconómica y en las costumbres que nos legaron los musulmanes. Los valencianos, nosotros, los actuales, celebramos lo que somos: nuestra incorporación a la Europa cristiana, en donde todavía nos encontramos ubicados, en lo que de un modo simplista e inexacto se viene denominando la civilización occidental, pero que sirve para etiquetarnos y entendernos. No hay que olvidar ni infravalorar una verdad histórica y es que la conquista de Valencia tuvo el carácter oficial de cruzada, de guerra de la cristiandad contra el Islam, contra los sarracenos como decían entonces. Valencia se conquista para la cristiandad católica y ésta era la legitimación del derecho de conquista de los reyes cristianos medievales sobre los territorios de Al-Ándalus. Obviamente, los tiempos han cambiado, y hoy lo religioso no debe confundirse con lo civil, la aconfesionalidad, la laicidad y todas esas cosas. Pero la historia es la que es y la motivación religiosa de la conquista de Valencia por Jaime I es incuestionable, ambiciones económicas y territoriales al margen.
La España cristiana entre los años 1000 al 1500 surge como un sumatorio integrador de reinos medievales independientes que con los siglos fueron agrupándose y engrandándose por casamientos reales y conquistas de las taifas o reinos musulmanes de la península. La idea o el concepto de la España moderna fue creciendo poco a poco y ya es con Carlos I cuando toma plenamente carta de naturaleza. Muchos de esos antiguos reinos medievales aún conservaron sus fueros hasta la guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII, que ganaron los partidarios de los Borbones y que supuso para los perdedores, como Valencia y Cataluña, la abolición de sus fueros. Un desastre en toda la regla para valencianos y catalanes que perdieron su autogobierno. Por eso, cuando algunos se atribuyen en exclusiva para sus territorios y para ellos el concepto de "singularidad" o del "hecho diferencial" negándosela a los demás, falsean la historia y la verdad.
¿Acaso Valencia no es singular, no es diferente, no tiene incluso un sentimiento nacional, no tiene una cultura y lengua propias?. ¿Acaso Galicia, Asturias o Aragón, por citar algunos ejemplos, no son también singulares, no tienen identidad?. Singulares y diferentes somos todos, lo que ocurre es que algunos gritan más. En tiempos de globalización e interdependencia defender la singularidad no es, ni mucho menos, una contradicción ni una pérdida de tiempo. Porque la singularidad es precisamente la consecuencia de la identidad. La identidad es por lo que nos reconocemos y nos reconocen y la singularidad es por lo que nos diferenciamos del resto. Sin identidad no hay singularidad. Pero también es verdad que una singularidad excluyente es también un lastre para el progreso y el bienestar, además de un retroceso en el túnel del tiempo de la historia. El 9 de octubre los valencianos celebramos nuestra identidad y nuestra singularidad, y en base a ellas celebraremos nuestra pertenencia a un proyecto común que es España y que siempre hay que contemplar en futuro, reivindicando los mismos derechos y el mismo trato que los otros pueblos que la integran. Los valencianos no queremos ser más que nadie pero menos tampoco.