Un viaje inesperado con destino a Kabul
Una de las imágenes que nos puede sugerir mejor el hecho de viajar por turismo sea una persona de espaldas a nosotros consultando el panel de salidas en un aeropuerto. ¿Qué está buscando? Si lleva una maleta significa que consulta la hora de salida de su vuelo ¿A dónde? No lo podemos saber e incluso puede que sea una incógnita para ella misma. Una amiga mía hizo eso mismo en el aeropuerto hasta que dio con el viaje más inesperado. Consultaba una salida a bajo precio sin importarle el destino, y se presentó en Kabul con una maleta para pasar sus vacaciones de verano.
La ciudad de Kabul es muy extensa y nos puede recordar a Estambul: mezquitas, bazares, mausoleos, comida en los mercados, burkas, sandalias… sólo que con muchos menos turistas y menos cosas que ver. Las mujeres dirigen la vista al suelo, los hombres nos miran recelosos, imagino que ven a todos los extranjeros como potenciales invasores. Las guerras sucesivas les han marcado a todos. Los niños, como en todos los países pobres, te persiguen pidiendo sin cesar y haciéndote que compres cualquier cosa. El aeropuerto internacional Hamid Karzai está muy cerca de la ciudad. Allí llegó mi amiga, después de haber pasado algo más de diez horas en el avión, con cara de asombro y el corazón golpeándole el pecho. Allí tomó un taxi para que la llevara al centro de la ciudad. —¿Y qué tal? —le pregunté. —Como experiencia, muy buena. No me pasó nada, que es lo importante y se me hizo corto, la verdad. —¿Quince días en Kabul se te hicieron cortos? —le dije con sorpresa. —Hombre, veras, es que no paré, y en el hotel conocí a una tía argentina que iba tan despistada como yo. Así que resolvimos ir juntas y, la verdad, nos lo pasamos bastante bien. —¿Lo harías otra vez? —le pregunté de nuevo. —Pues creo que sí. Ya te digo, la experiencia fue brutal. Desde que llegué al aeropuerto todo fue diferente, aunque lo que eché mucho de menos fue la tortilla de patatas. Eso es algo que decimos todos los españoles cuando estamos por ahí varios días comiendo cosas raras. Si he de ser sincero, no la creí del todo. Siempre que vuelve uno de un viaje tiende a magnificar su estancia, si se lo pasó medianamente bien dice que de fábula y si se lo pasó mal, dirá que bastante bien.
Kabul es una ciudad sin árboles en sus calles. Parece que nunca llueve. Solo hay dos parques y el Jardín de Babur, un espacio diseñado hace cinco siglos, con mucha historia pero con poco verde y algo abandonado. Hemos de tener en cuenta que las guerras han hecho estragos en todo el país. El Jardín de Babur se encuentra rodeado de pequeñas lomas polvorientas de color amarillo y pobres casas de una sola planta que se encaraman por las colinas como si fuera un campo de refugiados. Cientos de calles estrechas forman el plano de la ciudad donde viven cerca de cinco millones de personas. Por la tarde se escucha la oración (el “adhan”) desde la megafonía de las mezquitas y se hace un silencio respetuoso mientras el sol va declinando por detrás del Hindu Kush, que dora la nieve de sus cumbres.