Cinco bandas con un solo corazón
Pasodobles, metal, brujas, percusión, campanas, Txaikovski música, en fin. Fue música, la locura de la música, lo que inundó ayer las Reales Atarazanas de Valencia: la música, en forma de hermandad entre todas las sociedades musicales del distrito del Marítimo, que se reunieron un año más, y ya van 21, para celebrar el Festival de Bandas.
Eran las nueve y media de la mañana cuando el desfile que daba el pistoletazo de salida al acto tomaba las calles de camino a las Atarazanas desde la calle Isaac Peral, donde tienen la sede los músicos de Santa Cecilia, la banda encargada de coordinar el evento este año. Antes de comenzar, y para caldear los ánimos, que aún se desperezaban temblando de frío, la sociedad ofreció un desayuno a todo músico hambriento. En tanto, en la sede se iban mezclando corbatas de todos los colores: granate, del Centre de Música y Danza de Natzaret; roja, de la Societat Ateneu Musical del Port; azul cielo, de la Societat Musical Unió de Pescadors; y negra, de la Societat Musical Poblats Marítims i del la Agrupació Musical Santa Cecilia del Grao. Más de trescientos músicos juntos y en harmonía. Pronto el aire se llenó de notas aleatorias que intentaban afinar, toda una proeza dada la humedad y la temperatura de la calle, que se elevaban hacia el cielo y hacían asomar la cabeza por la ventana a algún vecino recién levantado envuelto en una bata.
Los encargados de inaugurar el evento fueron los músicos de Poblats Marítims. Para cuando Santa Cecilia, la última en desfilar, llegó a las Atarazanas, Poblats ya había tomado el escenario y terminaba prepararse mientras los asistentes iban ocupando sus localidades. Al fondo de la sala, una cámara recogía cada detalle del acto, y desde una esquina se emitía cada nota que sonaba en una radio local. Así dieron comienzo más de cuatro horas de concierto, en las que cada sociedad interpretó un pasodoble y una pieza d libre elección: Poblats comenzó tocando El Olmo para narrar después a los asistentes la lucha épica entre dos hermanas gemelas, una santa y una bruja, con The witch and the saint, obra de Steven Reineke. Natzaret ofreció primero una interpretación de Jesús Duque, y seguidamente dio una vuelta por el mundo y sus diferentes culturas musicales de la mano de Around the world in 80 days, una pieza de Otto M.Scharwz.
Entonces llegó el turno del Ateneu, que comenzó con un pasodoble dedicado a la fallera mayor de Valencia 2015, Estefanía López Montesinos, que lleva su nombre, y terminó con 1812 Obertura, una partitura de Tchaikovsky que traslada a quien la escucha a la guerra napoleónica entre Francia y Rusia; seguidamente, Unió de Pescadors tocó Las provincias y contó la historia del Diluvio Universal al son de El arca de Noé, compuesta por Óscar Navarro. Finalmente, Santa Cecilia deleitó a los oyentes con Las arenas y puso el broche de oro a la jornada con Expedition, de Óscar Navarro, que transforma el auditorio en toda una expedición por la misteriosa Antártida.
Cada banda arrancó un buen puñado de aplausos a los espectadores, tantos que no cabían todos sentados. Detrás de los músicos, las banderas de las cinco sociedades observaban en silencio es espectáculo, esperando su turno para presidir el escenario y ver cómo sus presidentes recogían un pequeño obsequio de cerámica que recordará para siempre su participación en este acto, que ya es un clásico en el calendario cultural de Valencia. Cuando una agrupación relevaba a otra, sus músicos se encontraban en las escaleras y los pasillos y charlaban animosamente. No en vano, muchos de ellos se han criado en una banda y han crecido en otra, tocan en más de una o han participado alguna vez con terceros. Entre ellos se conocen, y juntos han tejido una relación especial, un ambiente único tan intenso que casi se puede tocar.
Sin embargo, si hubo una banda para la que el concierto resultó emotivo, fue para Poblats Marítims, ya que se despedía de su director, Enrique Parreño, quien ha estado al frente del proyecto durante los últimos cuatro años. Hasta dos veces hubo de salir el maestro, visiblemente emocionado, a agradecer la cerrada ovación que le dedicaron sus músicos y los miembros de la banda, sonrientes entre el público. En su honor, después del acto se celebró una comida homenaje en la que el presidente de Poblats, Domingo Carles, le hizo entrega de una batuta bañada en plata y gravada para la ocasión. '¡Hay que frasear, hay que desaparecer!', decía Carles entre carcajadas mientras recordaba algunas de las frases de Parreño que ya forman parte de la historia de esta banda. 'Para cualquier cosa que necesitéis, me tenéis', afirmó el ya ex director de la agrupación, que considera que es 'el momento de dar el relevo'.
Así pues, punto y aparte para Poblats Marítims, que el año que viene cumple 30 años, y que lo hará de la mano de un director nuevo con un proyecto nuevo y con la responsabilidad de organizar la XXII edición de este Festival que celebra no solo la música, sino el esfuerzo y el trabajo en equipo de cada uno de los miembros de las cinco bandas del Marítimo, que constituyen un patrimonio cultural que vive y late en Valencia como un solo corazón.