D'on no hi ha no es pot traure, una falla crítica
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Desde hace ya unos cuantos años, los proyectos de falla que ha desarrollado la comisión Castielfabib-Marqués de san Juan de Valencia, son un auténtico referente en lo que ha venido a etiquetarse como falla experimental o alternativa. Pero, en este sentido, no sólo lo han sido por divergir estéticamente del caduco modelo plástico mayoritario en las fallas o por el uso de materiales distintos al corcho o, incluso, al hierro; como vergonzosamente se ve cada vez con más frecuencia. La comisión de Castielfabib, además, ha sabido construir proyectos altamente críticos y vinculados a las problemáticas actuales o a la revisión de las narrativas dominantes.
Este año, “D’on no hi ha no es pot traure”, realizada por un equipo capitaneado nuevamente por el arquitecto Miguel Arraiz, ha supuesto una de las fallas emblemáticas del insulso panorama general de 2019. Precisamente, por jugar con los temas más candentes -destacando el tremebundo panorama electoral- y haciéndolo a través del uso de un humor inteligente y directo; conjugando a la perfección la fuerza estética de la estructura que siempre asociamos a los proyectos de Arraiz con esa crítica “destructiva”.
La falla, casi una distopia, era la materialización de uno de los grandes proyectos del ficticio partido “València en Venda”; paradigma de la corrupción, el neoliberalismo desenmascarado y la mala gestión: una plataforma petrolífera construida con el único objetivo de saquear los restos de la Valencia conocida. Se erigía la falla casi como un tótem irónico de la actual manera de entender el progreso, la nefasta explotación de los recursos y el desencanto general hacia la política en una sociedad crispada, dividida y narcotizada.
La incómoda “broma” seguía con toda la cartelería que inundaba los pies de la plataforma. Un despliegue electoral de #VotaVV que ya habíamos podido ver en redes y en las propias calles de Valencia las semanas previas; en forma de carteles y pegatinas –diseñadas por José Francisco Carsí- que ironizaban con una serie de principios o valores que muchos tratan de ocultar pero que están bien presentes en nuestro espectro social y político: la poca formación o incapacidad de los que ocupan las Cortes, los que sólo pretenden medrar, la cosificación y violencia de género hacia la mujer en nuestro esquema heteropatriarcal, la cultura y política de masas que atrae a la gente como la mierda a las moscas… Y, por supuesto, la cerrazón e inoperancia de gran parte del mundo fallero frente a sus problemáticas.
Toda esta formidable y necesaria potencia subversiva mostrada en la falla, jugaba además con lo que yo califico de metaironía. A todos los carteles de #VotaVV se les superponía una serie de pintadas “espontáneas” criticando esa misma situación en contra del partido de forma igualmente alarmante, irónica y potente: “vota Ultravox”, “-Europa +discos de Europe”, “+King Kong –Corona/Borrull”… Y un largo etcétera. Una diversión de ecos casi orwellianos.
Al margen ya de los siempre relativos honores, premios y palets; Castielfabib sigue demostrando, casi ya como la verdadera “resistencia” fallera, que un proyecto no necesita de grandilocuencia o de desgastados lugares comunes estéticos para ser potente. Ha sabido mantener, en un panorama cultural fallero generalmente hostil a la crítica y amante de mantener sin complejos el discurso del pensamiento único, lo que era la esencia de las fallas: una crítica, de abajo hacia arriba, de un panorama valenciano –político, cultural y fallero- poco halagüeño y que da para mucho a nivel crítico. O al menos lo daría si el empeño preciosista y esteticista blandengue de las fallas no fuera la coartada de muchos falleros y/o creativos para mantener el statu quo.
Pero mientras todo se derrumba y, para muchos, las esperanzas de cambio no han sido más que eso, esperanzas; propuestas como las de Castielfabib lo tienen claro: “Aunque todo esté perdido, siempre nos queda molestar”.