La historia del Cementerio General de València
Aunque en València y provincia haya otros cementerios, ninguno es tan grande como el Cementerio General de València. De estilo neoclásico tardó dos años en construirse hasta que abriera sus puertas en 1807 como expreso deseo de Carlos III de España para atajar los numerosos problemas sanitarios ocasionados por los enterramientos que tenían lugar en los aledaños de las iglesias. Según la Real Cédula de 1787 se “desterraba los cementerios extramuros de la ciudad”, imitando la decisión tomada por el gobierno francés y donde esa mala praxis hizo brotar en las ciudades enfermedades como la viruela, la peste o la fiebre amarilla.
Aunque en 1807 abrió sus puertas el Cementerio General de València, los entierros en iglesias no cesarían hasta 1812 gracias a un nuevo reglamento. En la actualidad, de hecho, tan solo queda un cementerio parroquial en Valeècia, el de Benimaclet. Y es que hasta la llegada de este gran cementerio, ampliado en varias ocasiones desde entonces y en continuo ensanchamiento, los cementerios se encontraban dentro de la ciudad de València. Fuera del “centro de Valencia” también podemos encontrar otros dos cementerios parroquiales que aún perduran, los de las pedanías de Benifaraig y Carpesa.
El actual Cementerio General de Valencia fue obra de los arquitectos municipales Cristóbal Sales y Manuel Blasco, académicos de San Carlos, alumnos de Antonio Gilabert y que junto a Vicente Gascó introdujeron el clasicismo barroco de raíz italiana en la arquitectura valenciana de finales del siglo XVIII. Cabe resaltar que el gran proyecto original nunca llegó a realizarse, de hecho el actual iba a ser provisional pero las penurias económicas y políticas del momento hicieron que se quedara fijo hasta nuestros días, eso sí remodelado y mejorado con el pasar de los siglos.
Tras la inauguración del Cementerio General de Valéncia, todos los enterrados pasaron al nuevo campo santo y los cementerios parroquiales o bien fueron transferidos por entero a un solo comprador o fueron vendidos a varios adquiridores sobre los cuales se crearon posteriormente plazas y viviendas sobre las que hoy vivimos y disfrutamos.